Por: Claudia Foster.
“Ninguna otra técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta, en forma segura en un fragmento de la realidad, a saber, la comunidad humana”. Sigmund Freud (1930)
Para el psicoanálisis, la creatividad, en universal, es la condición de estar vivo, el enfoque de la realidad exterior. El impulso creador es necesario para producir. De acuerdo con Donald Winnicott, el bebé debe contar con un ambiente que facilite las condiciones para el arranque de dicho impulso, y no solo la satisfacción de sus necesidades. La capacidad creativa de un sujeto depende directamente de la calidad del ambiente en las primeras etapas de la vida. En pocas palabras, la función de mamá ayuda al sujeto a ser creativo. Al inicio de la vida, el infante tiene la ilusión de haber creado el pecho materno, fuente inagotable de su satisfacción. Es función de la madre frustrarlo poco a poco, al crear espacios de ausencia y presencia, de ilusión o transicionales que serán un puente para dar paso al juego. El impulso creador innato combinado con una madre conectada con las necesidades del pequeño, da lugar al impulso creativo, es decir, a dar color a la vida, a la pasión por la vida. Se nace con ganas de ser y hacer. Para ser una persona completa, se mezcla lo que se es con lo que se hace.
El juego se convierte en un espacio potencial entre el bebé y la madre, y varía conforme el niño se enfrenta a diferentes experiencias vitales tanto en su mundo interior como en el exterior. Este es universal y pertenece a la salud del niño, ya que facilita el crecimiento y fomenta las relaciones grupales. Además, es una forma de comunicarse en el espacio analítico, tanto con el terapeuta como consigo mismo, y se convierte en una experiencia creadora en el continuo espacio-tiempo. Jugar es hacer, no solo pensar y desear; es llevar a la acción el juego y de aquí surgen el arte y los sueños.
El psicoanálisis es uno de los juegos más elaborados que ha creado el ser humano, ya que se conjugan dos zonas: la del paciente, al desplegar fantasías, sueños, deseos, asociaciones etc.; y la del terapeuta, al elegir palabras, tonos de voz, sentido del humor e interpretaciones. La madre introduce el juego y el niño va moldeando la forma de jugar basado en una relación de confianza porque sabe que ella está ahí, y si no está cerca, el niño la recuerda. Todo esto será la base para que el sujeto pueda emprender una vida productiva con capacidad creativa.
Freud señala en su obra El malestar en la cultura (1929, p. 97) que después de que el hombre primordial descubrió que estaba en su mano, entiéndase literalmente, mejorar su suerte sobre la Tierra mediante el trabajo, no pudo serle indiferente que otro trabajara con él o contra él. Es decir, el trabajo no solo es fuente de satisfacciones económicas para subsistir, sino un medio para liberar pulsiones internas en las que se ve beneficiado y que facilita un ambiente de interacción social. La sublimación de las pulsiones es un rasgo particularmente destacado del desarrollo cultural. Esta posibilita que las actividades psíquicas superiores, científicas, artísticas e ideológicas desempeñen un papel tan sustantivo en la vida cultural (p.95).
Un ambiente contenedor y suficientemente bueno en los primeros años de vida será la base para que un individuo pueda creer y seguir sus anhelos, experimentar respeto y orgullo no pretencioso de sí mismo. En palabras de E. Ortiz (2011): “La presencia y constancia de la madre son ingredientes primordiales. Una madre con aspiraciones personales, segura de sí misma y con proyectos de vida propios será también el germen para que el niño busque aspiraciones personales” (p. 180).
Referencias:
Abram, J. (2007). The Language of Winnicott: A Dictionary of Winnicott´s Use of Words. Routledge.
Freud, S. (1930[1929]). El malestar en la cultura. En Obras completas (vol. 21, pp. 95-979. Amorrortu.
Ortiz, E. (2011). La mente en desarrollo. Reflexiones sobre clínica psicoanalítica. Paidós.
Winnicott, D. (1971). Realidad y juego. Gedisa, 1982
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